Es una obra de teatro audaz que cálidamente abraza los usos y costumbres de un grupo minoritario que por primera vez se muestra representativo de toda una sociedad. La riqueza y el valor del montaje radica en que detrás del arquetipo nos presenta a seres humanos complejos con quienes todos, hombres y mujeres, sea cual sea nuestra preferencia sexual, podemos identificarnos.
En una situación que a ellos como personajes, al elenco, a los creativos y a los espectadores nos confronta profundamente orillándonos a reconocer la inercia colectiva por la que nos solemos dejar llevar, a replantear las bases en las que fincamos nuestra identidad, a tomar conciencia de las categorías ilusorias con las que justificamos nuestro comportamiento y de las que insistimos tanto en ser parte, a llamar a las cosas por su nombre.
¿No en eso consiste a vida? ¿Qué decir el teatro? Porque aún una palabra ligeramente mal empleada puede acarrear asociaciones erróneas que fatalmente confunden su comprensión y nos castigan limitándonos a ver sólo una ínfima parte del gran Todo.
Somos libres. Y este mundo es sólo una de infinitas posibilidades. Depende de nosotros, de lo que hagamos cada uno con él, del significado, de los colores, de la poesía, de la música que le demos.
“El último sábado de junio” nos ofrece una ventana desde la cual mirar.
La vida nos ofrece el tiempo y el espacio para actuar.
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